martes, 1 de febrero de 2011

La caricia esencial

Por Fernando Vigorena Pérez

Cuando enfrentamos las dificultades de la vida cotidiana recurrimos a los más íntimos sentidos: el olfato y el tacto. “Esa persona tiene olfato para los negocios”, “aquel otro tiene tacto para tratar a la gente”, aseguramos cuando calificamos a quienes tienen la capacidad de manejarse en medio de la incertidumbre y las turbulencias humanas. Pero, ¿estamos reconociendo y educando el olfato y el tacto? Creo que no. Estos sentidos son menospreciados, a tal punto que nos hemos olvidado que la espiritualidad es ante todo una experiencia tacto-olfativa.

Nadie niega que el tocar reviste en la vida afectiva y en la experiencia social una importancia considerable, sobre todo en las estrategias de comunicación humana. Las metáforas del tacto se usan de manera privilegiada. Casi sin darnos cuenta señalamos que algo es cálido, duro, frío, agradable, áspero, ardiente. Estos son términos originarios de la percepción táctil que circulan con facilidad para expresar modalidades del mundo actual.

Para calificar a las personas torpes en sus relaciones sociales y contactos cotidianos, o al jefe de mal genio, los franceses dicen que esa persona es “un oso mal lamido”, integrando en un solo movimiento la experiencia del acunaje maternal y corporal con el campo del manejo interpersonal del poder y las exigencias diarias.

Aplicadas a la voz y a la vista, encontramos también transferencias de sentido que confieren a estas modalidades sensoriales las características de percepción recibidas por la piel: se habla de voz sobrecogedora, de palabras o miradas acariciadoras. Todo parece indicar que el espíritu de la personalidad está en gran parte mediado por las modalidades táctiles puestas al uso de la cultura. Resulta entonces que el tacto es el auténtico punto de encuentro entre los sujetos. El tacto es el único sentido que está disponible en todo el cuerpo humano.

Sin una adecuada estimulación táctil el cachorro humano no puede sobrevivir, a pesar de que nuestra sociedad occidental favorece lo viso-auditivo sobre lo táctil.

En ausencia de una adecuada estimulación táctil, el niño puede presentar severos trastornos en su sistema inmunológico incompatibles con la vida, o alteraciones cognitivas que dificultan el proceso de socialización. Niños huérfanos en la Segunda Guerra Mundial, cuidados en albergues pero sin contacto y estimulación afectiva, fallecieron antes de los tres años.

Sin lugar a dudas el cerebro necesita del abrazo para su desarrollo, y las más importantes estructuras cognitivas dependen de este alimento afectivo para alcanzar un adecuado nivel de competencia. No debemos olvidar que el cerebro es un auténtico órgano social, necesitado de estímulos ambientales para su desarrollo. Sin matriz afectiva, el cerebro no puede alcanzar sus más altas cimas en la aventura del conocimiento. Al desconocer este hecho, el racionalismo instrumental reduce de tajo las posibilidades cognitivas de nuestra especie.

A oso mal lamido, gerente mal querido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario